LA I.A., EL TIEMPO Y LA IMPERIOSA NECESIDAD DE VOLVER A SER HUMANOS
San Agustín decía que el tiempo era una percepción subjetiva. No podemos regresar al pasado, ni adelantarnos al futuro, sólo podemos habitar el presente, sin embargo, en la actualidad, ni siquiera eso hacemos, el presente ha sido desplazado por una obsesión con la inmediatez, con la productividad, con el rendimiento. Ya no vivimos el tiempo; lo consumimos.
Esta percepción deformada del tiempo nace, en parte, de la desconexión espiritual que padecemos como sociedad. Al no tener una referencia trascendental —llámese Dios, propósito o vocación—, el tiempo se convierte en una línea quebrada, sin sentido, el pasado se olvida, el futuro se teme y el presente se sufre. Así nace el absurdo existencial del que hablaba Camus.
En esta lógica del sinsentido, las emociones mal gestionadas se convierten en el motor de la existencia, no hay reflexión ni madurez emocional, sólo reacciones, pasamos del entusiasmo a la ira, de la esperanza al miedo, sin un hilo conductor, esto distorsiona aún más nuestra percepción del tiempo, que parece acelerarse, desvanecerse, escurrirse entre las manos.
En lugar de cultivar un pensamiento crítico, el sistema nos empuja a adoptar una mentalidad reactiva y superficial, en este contexto, el pensamiento autónomo se convierte en una forma de rebeldía. Quien se detiene a pensar, cuestionar, buscar sentido, desafía al sistema, porque el sistema necesita consumidores, no pensadores.
La inteligencia artificial puede ser una herramienta formidable, pero también puede ser —y ya lo está siendo— un mecanismo de control y de adoctrinamiento. Los algoritmos no son neutrales, están programados por seres humanos con ideologías, intereses y sesgos, por ende, el conocimiento que se difunde a través de la I.A. también está filtrado por estos mismos parámetros.
El progresismo actual ha puesto en el trabajo la medida del valor humano, nos han hecho creer que no somos dignos si no producimos, si no rendimos y si no trabajamos, pero esta es una visión parcial de la dignidad, la verdadera dignidad humana también reside en el descanso, la contemplación, el amor, el arte y en la fe.
Las nuevas generaciones están creciendo bajo esta lógica de la inmediatez, no se les enseña a esperar, esforzarse, a fallar y volver a empezar, se les entrena para adaptarse rápidamente, para responder con rapidez, para tener resultados. Pero ¿a qué precio? ¿Qué clase de humanidad estamos construyendo?
El tiempo no es nuestro enemigo, es nuestro aliado, es en el tiempo donde maduramos, donde aprendemos, donde sanamos, acelerar la vida nos aleja de nosotros mismos, de los demás y de Dios; en este contexto, es urgente rescatar el valor de la lentitud, no como ineficiencia, sino como profundidad. Leer un libro despacio, tener una conversación sin prisa, contemplar un atardecer, rezar en silencio, todo eso también es tiempo bien invertido.
Esto implica revisar críticamente el uso que damos a la tecnología, no se trata de rechazarla, sino de integrarla con responsabilidad. La inteligencia artificial debe estar al servicio del ser humano, no al revés; debe ayudarnos a vivir mejor, no a vivir más rápido; debemos educar para la trascendencia, no únicamente para la eficiencia, formar seres humanos completos, no máquinas inteligentes; recuperar el alma del tiempo y con ella, el alma del ser humano.
En definitiva, la inteligencia artificial nos obliga a redefinir qué significa ser personas y para hacerlo, necesitamos recuperar el tiempo como espacio de sentido, sabiduría y trascendencia. De esta manera podremos construir un futuro donde la tecnología potencie lo mejor de nosotros y no lo contrario.
Teólogo, escritor y educador
Artículo publicado originalmente en el matutino EL DIARIO