BOLIVIA, ENTRE LA IZQUIERDA ASTUTA Y MENTIROSA Y LA OPOSICIÓN LERDA Y TONTA


A pocas semanas de unas elecciones presidenciales que podrían marcar el rumbo de Bolivia durante las próximas décadas, el país se encuentra atrapado entre dos extremos: una izquierda populista, astuta y corrupta y una oposición torpe, desarticulada y predecible. Este escenario no es nuevo, pero sí cada vez más peligroso.

El Movimiento al Socialismo (MAS) ha construido a lo largo de más de veinte años una estructura de poder que se sostiene sobre mentiras, manipulación y prebendas ha moldeado una narrativa ideológica que, aunque desgastada, sigue funcionando en grandes segmentos del electorado, especialmente en el área rural.

Esa maquinaria política no es ingenua ni improvisada. Ha sabido adueñarse de las instituciones judiciales, controlar medios de comunicación mediante millonarias inversiones publicitarias y fidelizar a miles de funcionarios públicos que temen perder su fuente laboral si el régimen cambia.

Es un hecho que ningún candidato obtendrá la mayoría absoluta en primera vuelta, sin embargo, en lugar de aprovechar esa situación para consolidar una coalición opositora fuerte, las figuras como Rodrigo Paz y Manfred Reyes Villa se empecinan en discursos vacíos y candidaturas testimoniales. Su participación divide el voto sin ofrecer una propuesta sólida ni movilizadora; esta fragmentación del voto opositor favorece únicamente al MAS y lo que es peor, da señales a la ciudadanía de que la oposición no tiene un verdadero plan de país.

La amenaza no es sólo el MAS como estructura política, sino Evo Morales como operador de la mentira, maestro de la manipulación y del cálculo electoral; su capacidad para reconstruir alianzas a última hora no debe subestimarse. Morales ha demostrado, una y otra vez, que no tiene reparos en sacrificar lo necesario con tal de mantenerse en el poder; en este sentido, no sería extraño que todas las corrientes internas del MAS terminen respaldando a Andrónico Rodríguez si se convirtiese en la ficha más fuerte para una eventual segunda vuelta.

El voto rural, históricamente inclinado al MAS, sigue teniendo un peso desproporcionado por las reglas electorales impuestas desde el poder. A esto, se suma la estructura estatal de funcionarios públicos leales al oficialismo por razones puramente económicas.

Mientras tanto, los principales rostros de la oposición siguen atrapados en la superficialidad; uno convierte su campaña en una serie de TikToks y el otro en conferencias intrascendentes en Miami. La desconexión con el electorado boliviano es total.

Su lenguaje no conecta con las preocupaciones reales de la población, la inseguridad, pobreza, corrupción y la falta de oportunidades no están en el centro del debate. En cambio, sí están las selfies, slogans vacíos y eventos sin impacto político real.

El mayor problema de esta oposición no es su ideología, sino su falta de estrategia, no entienden el contexto en el que compiten, ni el enemigo al que enfrentan. Juegan con reglas de caballeros cuando están frente a un régimen que no tiene escrúpulos. El escenario es propicio para que el MAS, aún en su crisis interna, vuelva a reinventarse; la historia reciente ha demostrado que los populismos no necesitan gobernar bien para mantenerse en el poder, sólo necesitan que la oposición lo haga peor.

La desconexión de la ciudadanía con la política se ve agravada por una sociedad cada vez más distraída con temas banales. La farándula ocupa más espacio en la conversación pública que los debates presidenciales o las denuncias de corrupción. En vez de exigir rendición de cuentas, muchos bolivianos prefieren especular sobre rupturas amorosas de figuras televisivas. Este fenómeno no es casual, es parte del mismo sistema de adormecimiento social que el MAS ha cultivado con éxito.

Así, mientras la izquierda se muestra pragmática, adaptativa y organizada, la oposición parece infantil, improvisada y egocéntrica. Es doloroso reconocerlo, pero Bolivia está en manos de actores que, desde uno y otro lado, no representan una salida digna. No hay visión de país, no hay proyecto de Estado, sólo hay ambición, polarización y oportunismo.

En ese contexto, la frase "Dios salve Bolivia" no suena a metáfora, sino a súplica real, porque si seguimos confiando en los actores políticos. Nadie nos salvara y si el pueblo no despierta, tampoco lo hará la democracia.


Marcelo Miranda Loayza

Teólogo, escritor y educador


Artículo publicado originalmente en el matutino EL DIARIO.

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