ADOLESCENCIA Y UNA DEFENSA FALLIDA


La serie Adolescencia, producida por Netflix y galardonada en varios festivales, no sólo retrata la crudeza de un homicidio cometido por un adolescente, sino que también expone de forma descarnada la fragilidad de los sistemas judiciales cuando una defensa legal es ineficiente.

Al revisar nuevamente la trama, se hace evidente que los detalles que al principio parecen secundarios, terminan siendo claves para comprender cómo la justicia puede convertirse en un arma de doble filo cuando los actores jurídicos no cumplen su rol con responsabilidad.

Lo primero que salta a la vista es la incapacidad del abogado público para objetar maniobras cuestionables de los investigadores. La omisión de objeciones en un proceso penal equivale, en muchos casos, a entregar las armas sin luchar.

La extracción de sangre y la obtención de pruebas de ADN sin resistencia alguna de la defensa son claros ejemplos de una representación legal pasiva y carente de estrategia. El derecho del imputado a un juicio justo comienza a desmoronarse en ese instante. A esto se suma la permisividad frente a la presentación de videos incriminatorios en presencia del padre del adolescente. La ausencia de una estrategia defensiva que proteja la dignidad y los derechos del acusado sólo agrava la situación.

El derecho penal, en su esencia, no se trata de proteger culpables ni de dejar libres a criminales, sino de garantizar que cada persona, independientemente de lo que se le acuse, tenga la mejor defensa posible. Ese es un principio básico en un Estado de Derecho. Cuando un abogado defensor olvida este principio, lo que está en juego ya no es sólo el destino de su cliente, sino también la credibilidad del sistema judicial. Una defensa deficiente puede terminar por invalidar todo el proceso.

El caso de la serie evidencia lo que ocurre en muchos países donde los abogados de oficio cargan con una imagen de mediocridad y falta de compromiso. No siempre es justo generalizar, pero sí es evidente que la sobrecarga de trabajo y la falta de empatía afectan el desempeño.

La falla del abogado en Adolescencia no es solamente técnica; es también ética. Defender implica ponerse en los zapatos del acusado y luchar hasta el último recurso legal, aunque la opinión pública esté en contra o el caso parezca perdido.

La empatía en el ejercicio del derecho no significa justificar el crimen, sino asegurar que los procedimientos se respeten y que el debido proceso no se convierta en un adorno vacío.

El adolescente de la serie no tuvo esa oportunidad. Fue más víctima de la ineptitud de su defensor que de la contundencia de las pruebas. Esto plantea una pregunta incómoda: ¿cuántas personas en la vida real atraviesan procesos similares sin una defensa digna? El sistema judicial, para ser confiable, debe asegurar que incluso los acusados más repudiados reciban la mejor representación legal posible. De lo contrario, se corre el riesgo de transformar la justicia en un espectáculo y no en un derecho.

Resulta preocupante que la serie, aunque ficción, retrate una realidad común en muchos países. Los abogados públicos deberían ser garantes de justicia, pero la falta de recursos, formación y vocación hace que terminen siendo figuras decorativas en los juicios. La mediocridad en la defensa no sólo condena a inocentes o vulnera derechos, sino que también perpetúa la desconfianza ciudadana hacia las instituciones judiciales. Un sistema donde el acusado ya está derrotado antes de empezar el juicio no puede considerarse justo.

Más allá de la trama de Adolescencia, la reflexión que queda es clara: un abogado que no puede o no quiere cumplir con la máxima de la defensa efectiva debería repensar su lugar en la profesión. La justicia necesita abogados valientes, críticos y empáticos, que entiendan que defender no es sinónimo de encubrir, sino de garantizar un proceso limpio, transparente y respetuoso de la dignidad humana.

En conclusión, la serie nos recuerda que un juicio no solo define la culpabilidad o inocencia de un acusado, sino también la fortaleza o fragilidad del sistema judicial. Una defensa fallida no es un error aislado: es un síntoma de una justicia que necesita ser repensada.

Marcelo Miranda Loayza

Teólogo, escritor y educador


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