EL CIRCO ELECTORAL DEL “TODOS CONTRA TODOS”
Hannah Arendt, una de las pensadoras políticas más lúcidas del siglo XX, sostenía que el sujeto político se manifiesta a través de la acción libre, creativa, no determinada por la necesidad ni por la coacción. Esa figura está ausente en el escenario electoral boliviano actual.
Todos los candidatos presidenciales que se perfilan para el próximo proceso electoral no parecen representar proyectos de país, sino meros intereses personales o grupales. No son sujetos políticos, sino productos descompuestos de una necesidad mal entendida.
Asistimos a una especie de "reality show" permanente, donde los nombres se reciclan, las alianzas se disuelven en semanas y los juicios entre ex socios políticos se convierten en carnada mediática para un pueblo ya hastiado.
La coherencia ha desaparecido por completo del discurso político. Lo que ayer era inaceptable, hoy es defendido con cinismo; las traiciones ya no escandalizan, porque son la regla y no la excepción.
Arendt también afirmaba que la política es una forma de vida basada en la libertad, la identidad y la interdependencia entre ciudadanos. Nada de esto se respira en Bolivia. La política se ha convertido en un mercado negro de favores, cargos y venganzas.
A cada paso, los actores políticos del país demuestran un hambre insaciable de poder. No por transformar la realidad o mejorar las condiciones de vida de los bolivianos, sino por preservar privilegios y consolidar feudos personales. Este egoísmo sistemático genera un sentimiento colectivo de repulsión. La población ya no espera nada de los políticos, y eso es tristemente peligroso: porque cuando muere la esperanza, florece el autoritarismo o la apatía.
No vivimos una democracia participativa, sino una telenovela electoral con capítulos previsibles, actores reciclados y guiones mediocres. El “todos contra todos” no es una competencia de ideas, sino una guerra de egos. Los medios de comunicación, lejos de cuestionar con profundidad todo lo señalado, han asumido su rol como parte del espectáculo. Alimentan polémicas superficiales, amplifican chismes políticos y banalizan el debate.
En vez de ejercer el periodismo como herramienta de fiscalización, muchos medios se han convertido en plataformas de marketing político o en areneros de escándalos sin sustancia. Así, pasamos del “último escándalo político” al resumen deportivo, y de ahí a la frivolidad de la farándula o la “chica del tiempo”. Todo es parte de un mismo show: un circo electoral donde el pueblo es sólo un espectador pasivo.
Ante este panorama, el futuro de Bolivia se vislumbra sombrío. El bicentenario, que debería ser una oportunidad de reinvención nacional, se encuentra atrapado entre la nostalgia, el oportunismo y la mediocridad. Y lo más preocupante es que no se vislumbra una alternativa seria, ética y coherente. Las nuevas figuras políticas suelen terminar limitadas por el sistema o devoradas por él.
Sin embargo, la responsabilidad no recae únicamente en los políticos. También es deber de la ciudadanía rechazar el circo, exigir propuestas reales y participar con mayor conciencia en el destino del país. No se trata de votar cada cinco años. Se trata de organizarse, de debatir con argumentos, de construir desde abajo los liderazgos que el país necesita. La política es demasiado importante como para dejarla en manos de los de siempre.
Resistir la desesperanza es ya un acto político. Hablar con otros, informarse, cuestionar, soñar con algo mejor, todo esto también es hacer política desde la dignidad. Bolivia no está condenada al fracaso, pero sólo si la sociedad decide dejar de aplaudir el circo y empieza a construir su propio escenario. El futuro no será distinto si seguimos eligiendo entre las mismas sombras y máscaras.
Teólogo, escritor y educador
Artículo publicado originalmente en el matutino EL DIARIO