DEL JUEGO DE TRONOS AL JUEGO DE TONTOS


La política boliviana ha dejado de ser una arena de ideas para convertirse en un espectáculo grotesco, donde la verdad importa menos que la percepción y donde los actores principales se empeñan en representar una obra decadente: el "Juego de Tronos" para unos, y el "Juego de Tontos" para otros.

Desde hace años, el Movimiento al Socialismo (MAS) ha entendido que, en Bolivia, gobernar no significa necesariamente solucionar problemas, sino dominar el relato. Y para construir ese relato, la mentira se ha vuelto una herramienta más útil que la verdad. Esta habilidad para manipular la percepción pública no es casual, ni mucho menos inocente. El MAS ha logrado convertir falacias en verdades aceptadas gracias a un manejo político astuto y una estructura de poder que abarca medios de comunicación, instituciones y una parte importante del imaginario colectivo.

Los medios tradicionales, especialmente la televisión, han renunciado a su rol fiscalizador. En lugar de investigar, informar y formar criterio, se han rendido al entretenimiento, vendiendo polémicas como si fueran noticias, emociones como si fueran argumentos. Esta televisión que musicaliza discursos, que dramatiza declaraciones y que marca la agenda informativa sin responsabilidad, ha sido el cómplice perfecto para implantar la mentira como verdad. La política convertida en novela reemplazó al debate de fondo.

En este contexto, el MAS no necesita demostrar que tiene la razón, sólo necesita ocupar todos los espacios, generar polémica y sembrar dudas. La repetición constante de sus narrativas hace el resto del trabajo: si se dice una mentira muchas veces, termina en parecerse a una verdad. Pero toda narrativa necesita una contraparte. Y aquí aparece la oposición, ese actor que, lejos de ser el contrapeso democrático que el país necesita, se ha transformado en un grupo errático, sin visión, sin proyecto y con una preocupante falta de liderazgo.

La oposición boliviana, incapaz de construir un discurso sólido, ha caído una y otra vez en las trampas que el MAS le tiende. Cada reacción, cada denuncia, cada acusación, termina por reforzar la narrativa oficialista. En lugar de construir una alternativa real, se han limitado a ser un eco distorsionado de lo que el oficialismo propone. Así, no sólo pierden credibilidad, sino que alimentan la máquina de propaganda que supuestamente combaten.

No se trata de incompetencia política. Es una falla estructural: la oposición carece de ideas claras, de unidad, de estrategias coherentes. Se mueve más por impulsos que por convicciones, más por intereses personales que por compromiso con el país. Y mientras el MAS juega al ajedrez político, la oposición ni siquiera aprende las reglas del juego. Así, el "Juego de Tronos" se vuelve un monólogo, una puesta en escena donde los adversarios reales son apenas comparsas de carnaval.

Esta dinámica tóxica tiene efectos devastadores para la democracia. Cuando la mentira se institucionaliza y no hay quien la confronte con fuerza, lo que colapsa no es la política, sino la propia noción de ciudadanía. La gente, saturada de escándalos, de gritos, de shows mediáticos, empieza a desconfiar de todo y de todos. Y en esa desconfianza, el autoritarismo encuentra terreno fértil. Porque cuando todo es falso, cualquier cosa puede ser creíble.

El MAS ha entendido esto y lo explota con maestría. Su juego no es ganar por mérito, sino por desgaste del oponente, por saturación del público, por confusión sistemática. En esa estrategia, la oposición colabora sin quererlo. Bolivia no necesita un nuevo caudillo, ni un mesías político, necesita una oposición que deje de jugar al "Juego de Tontos", que entienda que hacer política es proponer, construir, debatir, no únicamente reaccionar.

Es urgente recuperar el sentido de la política como servicio público. Mientras los actores políticos sigan anteponiendo sus egos y ambiciones, el país seguirá estancado en el conflicto estéril, en la confrontación vacía. El "Juego de Tronos" ha resultado ser una ilusión de poder. El "Juego de Tontos", en cambio, está muy presente en la realidad. Y en medio de ambos, el pueblo boliviano sigue esperando soluciones, mientras la mentira se convierte en rutina.

Bolivia está a tiempo de romper este circo, pero necesita ciudadanos informados, políticos valientes y medios responsables. De lo contrario, seguiremos aplaudiendo un teatro de sombras que nos lleva, inevitablemente, al colapso.

Marcelo Miranda Loayza

Teólogo, escritor y educador


Artículo publicado originalmente en el matutino EL DIARIO 


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