EL SILENCIO DE DIOS
La experiencia de Dios siempre resulta difícil y compleja a tal grado que en el camino de Fe del creyente existen más dudas que certezas. Si bien se nos dice y enseña que Dios siempre estará presente entre nosotros, esta afirmación muchas veces pierde su validez en las historias cotidianas del ser humano donde encuentra sufrimiento, soledad, tristeza y fracasos; esto sumado a una sociedad relativista e inmediatista que hace que el creyente se cuestione, y con razón, sobre la existencia de Dios o en todo caso si a este le importa lo que pasa con su creación.
El camino de Fe al ser cuesta arriba- y encima plagado de baches, silencios y soledades- forma al rededor del ser humano una especie de coraza que impide que su corazón y su intelecto vean la presencia escondida de su creador. Obviamente esta afirmación para la persona que sufre los golpes y las caídas que tiene la vida caen en saco roto, y es obvio, el dolor y el miedo impiden ver a Dios con claridad.
Ya en el antiguo testamento el salmista clamaba para que Dios no se calle y que no se quede impasible (Salmo 83), el propio Jesús en la cruz exclamaba "Dios mío porque me has abandonado" (Mto. 27:46). La humanidad no ha logrado comprender que en el silencio es donde podemos encontrarnos con Dios. Lastimosamente nuestra sociedad vive en un estrés permanente, donde lo inmediato es valorado y la paciencia es ignorada. No entendemos, por ello, que Dios se encuentra con nosotros en el silencio, pero no en ese silencio pasivo ligado a un no importismo, todo lo contrario, Dios se encuentra con nosotros en ese silencio armónico donde la criatura se encuentra con su creador.
El silencio de Dios nos invita a encontrarnos con Él, no solo en el dolor de la Cruz, sino en el gozo de lo trascendente y de lo importante, para que con ello el ser humano se encuentre consigo mismo, pues el barullo de nuestra sociedad no solo nos impide escuchar al prójimo, la mayoría de las veces nos impide escucharnos y encontrarnos a nosotros mismos. Dios habla en el silencio, es más, me atrevería a afirmar que Dios nos grita en el silencio, que Él esta ahí esperando, dándonos ánimos, cimentando en el silencio una Fe fuerte, duradera y esperanzadora.
Ahora bien, si observamos con detenimiento la maravilla de la creación nos daremos cuenta que el silencio de Dios viene acompañado de música y belleza. Lastimosamente nuestros ojos se han vuelto ciegos ante tales maravillas; ya no vemos con los ojos del corazón, los medios de comunicación nos han hecho creer que el éxito y la felicidad vienen de la mano con el poder. Ya no escuchamos el lenguaje de la naturaleza, hemos perdido la gracia de observarla y escucharla, y por si fuera poco, tampoco escuchamos a nuestro prójimo, en especial al que sufre y es marginado, ¿cómo vamos a poder escuchar a Dios que no lo vemos, si a nuestro prójimo que si lo vemos no lo escuchamos? Considero que poco a poco nos estamos volviendo analfabetos en el lenguaje simple y sencillo del amor.
Dios guarda silencio, pero jamás se queda callado. Depende de cada uno saber encontrar y discernir ese lenguaje sencillo del amor con el que nos habla Dios; los milagros sí existen, siempre y cuando luchemos por ellos. En ese sentido, el silencio de Dios es la puerta a la trascendencia y a la felicidad, solo debemos aprender a escuchar.
Marcelo Miranda Loayza
Teólogo y Bloguero