El ser humano en el uso pleno de su libertad tiene la posibilidad de elegir entre hacer el bien, siendo honesto con Dios y con los demás o seguir el camino de las penumbras, donde el egoísmo y la mentira son las premisas a seguir, el primer camino conduce a la salvación y a la vida eterna, mientras que el segundo tiene como fin la muerte y el olvido.
A pesar de poder elegir la luz y la salvación, el ser humano se empecina en elegir la penumbra y la muerte, dejando seducir su corazón por placeres momentáneos que ensombrecen el alma y corrompen su espíritu, lastimosamente aún a sabiendas de que este camino solo conduce a la muerte la humanidad lo elige como su forma de vida.
Si bien es el ser humano quien elige no amar, DIOS sigue eligiendo a la humanidad para llenarla de AMOR, y es que el amor verdadero se brinda a plenitud sin preguntas, sin condiciones y sin excusas entregando todo sin pedir nada a cambio, para la mentalidad ciega y egocéntrica de la sociedad actual esto es simplemente una locura, por no decir una reverenda estupidez, pues no sé concibe simplemente dar todo sin recibir nada, el amor se condena y se desecha por el solo hecho de amar, pues se prefiere el intercambio de intereses antes que el sacrificio ligado al amor.
Es por todo esto que el sacrificio de Cristo en la cruz sigue siendo un escándalo, el amor sigue siendo incomprendido y también minimizado, aún así el amor infinito de Jesús que se hizo sacrificio por todos nosotros sigue perdurando en el tiempo, nos sigue salvando y continua pagando nuestras deudas, lavando nuestro pecado con su sangre y con su amor. Cristo demostró su amor por nosotros pagando el precio de nuestras faltas ocupando el lugar que nosotros debíamos ocupar, es por esto que su amor hecho sacrificio es eterno y salvífico.
El verdadero amor no guarda nada para si, y tampoco espera retribución, solo se da al ser amado de manera libre y gratuita, es por ello que la Cruz de Cristo seguirá siendo sinónimo de salvación, ya que solo Dios en su infinito amor salva, redime y valga la redundancia, nos ama.
Marce Miranda Loayza