Inicia la CUARESMA, tiempo de reflexión y de encuentro con DIOS, con la sociedad y con uno mismo,
tiempo de espera y de recogimiento, todo esto se inicia con una simple marca en
la frente hecha con cenizas.
Las cenizas son el signo de nuestra calidad finita, es decir
la vida que nos ha sido dada tiene fecha de caducidad, las cenizas son el
recordatorio de que solo en Cristo se puede llegar a la trascendencia, por si
sola la humanidad es simple polvo que regresa a la tierra, tratar de entender
la vida sin está certeza de Fe
simplemente resulta imposible, incluso se convierte en una pesadilla donde la
vejez y luego la muerte acechan la vida del hombre como ladrones escondidos en
la oscuridad de la noche.
Las cenizas son signo de humildad, de entrega y paciencia,
es por ello que la cultura del hedonismo y el relativismo le restan
importancia, la grandeza de lo sencillo queda relegado ante la espectacularidad
de lo momentáneo y placentero, por ello una simple marca hecha con cenizas en
la frente no tiene la menor importancia. Es ahí justamente donde se va
construyendo un camino de santidad, cuando en el uso pleno de la libertad que
Dios nos dio decidimos ir contra corriente, abrazando el regalo de la Fe como
la única manera de vivir correctamente en comunión tanto con DIOS como con los
demás.
De la humildad de las cenizas nace la grandeza de la
santidad, no como un simple rito que se
cumple después de los excesos del carnaval, sino como signo de coherencia de
vida, donde la Fe se la vive en el día a día,
tratando de ser luz en medio de la oscuridad, pero no una luz que
encandila y enceguece, sino una luz cálida que guía y que da vida .
Que difícil es ser luz, que complejo resulta llevar con
humildad las cenizas de la esperanza y de la santidad, pero son justamente las
cosas que cuestan las que terminan siendo eternas.
Marce Miranda Loayza