UNA NOCHE MÁGICA


Los 80 fueron complicados para Bolivia, se vivían los resabios de varios años de regímenes dictatoriales, los cuales habían dejado al país en bancarrota, encima de ello se sumaba la pésima administración publica del gobierno democrático de la época, en resumidas cuentas el país estaba sumido en una hiperinflación del casi 1000%, escaseaban los productos de primera necesidad, las colas eran inmensas para conseguir un poco de pan, por ende pensar en una navidad llena de regalos, luces y esperanza era casi imposible, se vivían tiempos difíciles y esto se reflejaba en el diario vivir del común de la gente.


En mi casa la celebración de la navidad empezaba un mes antes, mi mama y yo adornábamos la casa con motivos navideños, me encantaba realizar esta tarea con ella porque veía en sus ojos una ilusión de esperanza, de fe y de amor incluso en las carencias, al adornar la sala de navidad sus ojos se iluminaban, más de 30 años después tengo la bendición de poder seguir viendo en aquellos ojos la misma ilusión y el mismo amor hacia la esperanza de la Navidad, adornar el pesebre navideño sigue siendo mi tradición favorita, esa reverencia y ese amor hacia el HIJO DEL DIOS VIVO definitivamente me lo inculco mi mama sin ella saberlo.

La celebración de la noche buena se aproximaba, sabíamos bien que no habrían regalos ni mucho menos, pero eso si, en mi casa nunca falto la FE y la alegría de vivir, los preparativos para la navidad comenzaban temprano, mi abuelita acostumbraba prepararnos para el desayuno un tradicional api con buñuelos,  ya desde la madrugada se podía sentir su aroma, ni bien terminábamos de desayunar mi abuelita comenzaba con la preparación de la Picana de noche buena, la misma que coaccionaba a fuego lento en una pequeña hornilla a kerosene, esto le daba un sabor peculiar, exquisito; recuerdo bien que en algunas oportunidades me escabullía por ahí para agregarle a la comida en cuestión una buena porción de pimienta negra (me encanta el picante). El encargado de que en mi hogar nunca faltase nada fue mi abuelito, un militar recto y honrado, héroe de la Guerra del Chaco, el cual con su trabajo nos dio los recursos necesarios para sobrellevar los momentos difíciles que atravesaba el país, gracias a el nunca nos sobro nada pero tampoco nunca falto nada


Mi mama, mi hermano mayor y yo, vivíamos en la planta baja de mi casa, ubicada en el tradicional barrio de Sopocachi,  en el segundo piso habitaban mis tíos y mis primos, mi tía en particular una señora de piel blanca como papel y de ojos claros como aceituna tenia  nacionalidad portuguesa, ella al ser europea también nos regalo lindas tradiciones navideñas, la que más recuerdo es sin duda el delicioso ponche que preparaba a base de frutas,  tenia un aroma tan delicioso que nadie podía negarse a probarlo, una navidad sin ponche no era una navidad completa.


Ya al llegar las doce de la noche, antes de los abrazos y de los brindis mi abuelita felizmente nos acostumbro a orar y dar gracias DIOS por el regalo más grande jamás dado: Jesús Niño, luego saboreábamos aquella picana tan esperada por todos, sin lugar a duda la navidad en mi infancia se convirtió en una noche mágica de Amor y de Fe.


Hoy, tres décadas después se sienten las ausencias de mis abuelitos (Tati y Loli) y la de mis tios (Elvira y Tuqui) que ya gozan del AMOR TOTAL en la vida eterna, la de mi hermano que con su familia radican en el extranjero, la mesa ahora es mucho más pequeña debido a las ausencias, ya no vivimos en aquella casa de dos pisos en Sopocachi,  cada uno ya en diferentes hogares y con sus propias familias, pero donde estemos el regalo de amor que aprendimos de pequeños jamás no se nos olvida, ya que la navidad sigue siendo una NOCHE MÁGICA DE AMOR Y DE FE donde los recuerdos vuelven a la vida, la infancia se hace eterna y la GRANDEZA DE DIOS se hace pequeña en un simple pesebre, para que en nuestra humanidad podamos encontrarlo. 


Marce Miranda Loayza


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