ENTRE EL FASCISMO Y EL TERRORISMO DE ESTADO
Pensar en absolutos es una constante en los regímenes populistas, pues señalan de manera equivoca y abusiva que no existe postura alguna que merezca ser respetada fuera de la línea oficial del partido de gobierno. Se construye, de esta manera, una visión única de país, lo que conlleva a condenar a cualquier otra forma de pensamiento. Dicha condena varía desde la coacción social (marchas, amenaza sindical, etc.), hasta la coerción judicial o sindical (procesos judiciales, cercos y bloqueos, etc). Ambos extremos podrían ser calificados, sin problema alguno, como “terrorismo de estado”.
El absolutismo como estandarte de gobierno termina defendiendo su posición mediante la imposición, es decir, no da lugar a la reflexión, pues solo requiere que un número considerable de convencidos, engañados o comprados repitan slogans de lucha y confrontación. De esta manera la democracia se convierte en la falacia de la voluntad de masas, la ignorancia se impone al sano juicio y la violencia toma las calles, incluso en contra de sus propios ciudadanos.
La construcción mediática de enemigos internos resulta imprescindible para poder manipular la opinión de la masa popular, la cual, al verse supuestamente amenazada, es capaz de realizar los actos más reprochables y violentos en aras del supuesto "bien común"; el genocidio Ruandés es claro ejemplo de ello. El fascismo tiende a manipular la opinión popular, disfrazando lo malo de hermoso, y lo bueno de tenebroso. El enemigo a vencer en cualquier régimen fascista y dictatorial siempre será el sano juicio y el Estado de Derecho, aunque para ello tengan que atentar contra su propia población.
El terrorismo de estado y el fascismo siempre van de la mano pero con diferentes “caretas”, esto para presentarse amables ante la población, pero de manera solapada siguen al pie de la letra todos y cada uno de sus lineamientos políticos. El llamado socialismo del siglo XXI, en sus distintas vertientes a lo largo del continente, tienen tintes altamente fascistas que difícilmente pueden llegar a ser refutables. La perdida de la conciencia histórica es punta de lanza para reintroducir el fascismo al ideario popular; de esta forma, las camisas pardas pasan a ser ahora “movimientos sociales”, quienes al verse respaldados por el aparato gubernamental tienen carta blanca para hacer lo que les venga en gana incluso por encima de la ley.
El fascismo siempre ha utilizado como medio de disuasión y coerción al terrorismo de estado, siendo serviles a ello tanto el poder judicial como el poder de policía; por ende, el terrorismo de estado es también un terrorismo judicial.
El pensamiento absoluto fascista siempre encontrará enemigos internos y externos, pues en su “mesianización” se ve a si mismo como el único camino de salvación, no dando muchas opciones válidas a sus detractores. No por ello hay que dejar de pensar, reflexionar y elevar posturas contrarias al totalitarismo, pues si se deja de pensar también dejaremos de existir.
Marcelo Miranda Loayza
Teólogo y Bloguero
Artículo publicado originalmente en el matutino El Diario