FILOSOFÍA DEL PENSAMIENTO: POLÍTICA Y DERECHO


Los fenómenos sociales siempre están sujetos a cambios; la razón es simple pues la movilidad humana y la evolución del pensamiento  varían constantemente; los paradigmas humanos avanzan y se transforman. La política no es ajena a estos cambios,  genera, como dijo Joseph Ratzinger -actual Papá Emérito Benedicto XVI- el anhelo de poder, que es temido y a la vez deseado por el hombre. Nace con ello la filosofía del derecho, donde las acciones éticas son  evidencia del accionar justo derivado de una reflexión jurídica clara y a la vez libre de presiones externas. Ratzinger es claro en este aspecto: el derecho como fundamento de la vida en sociedad, cuando está sustentado por un poder divino (Dios), tiende a ser perfectible; mientras que si es basado en aspectos netamente humanos  tiende a deshumanizarse, es decir, se convierte en una especie de yugo al cual se debe tratar de  vencer.
 
La racionalización del derecho no puede ser excluida de ninguna manera, pues su aplicación radica justamente en   el discernimiento juicioso del mismo. Si su aplicación pasa a ser simplemente un mero formalismo irracional la ley deja de estar al servicio de la sociedad, convirtiéndose en altamente corruptible y funcional al poder de turno. Franz Kafka lo plasma a la perfección en su obra "El Proceso" donde el protagonista de la novela se ve inmerso en una serie de triquiñuelas jurídicas, las mismas que convierten el Estado de Derecho-en el que se desenvolvía el protagonista- en un Estado de Jueces, donde el valor justicia simplemente no tiene cabida.
 
La política, como forma de ejercicio del poder, tampoco puede abstraerse de la racionalización de conceptos. Entendida de esta manera, la política no tendría que basarse en la resolución de necesidades individuales o colectivas, ya que esta premisa desfigura en su totalidad al accionar político, convirtiéndolo en simples parches sociales de intereses particulares que a la larga terminan siendo inútiles y hasta banales. En cambio, sí debería basarse en el ejercicio pleno de la libertad, sin presiones ni prebendas. Solo de esta manera la política alcanza su razón de ser.
 
La política de los "consensos" y de las eternas mesas de trabajo simplemente disfrazan de diálogo a la soberbia y las imposiciones ideológicas. La falacia de lo consensuado no puede anteponerse a la verdad, pues la verdad siempre  es anterior al consenso, es por ello que no puede quedar atada al conformismo de lo masivo y popular. Es ahí donde nace el engaño, las palabras bonitas de la igualdad no constituyen verdad, es más, fácilmente terminan convirtiéndose en somníferos sociales de la mentira.
 
La política y el derecho tienen que  ser sinónimos de libertad y verdad. Erróneamente el conformismo social de consensos implanta el ideario de una especie de determinismo sociológico, donde la libertad de pensamiento solo conduce a la fatalidad social. Lo complejo de lo expresado en este breve ensayo radica en la desvalorización del orden moral, pues la moralidad implica libertad y cuando está última queda supeditada a lo social, la moral como conducta individual se convierte en un obstáculo de lo absoluto.
 

Marcelo Miranda Loayza


Artículo publicado originalmente el 29 de septiembre de 2021 en el Matutino El Diario



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