
Maximilien Robespiere, líder indiscutible de la facción de los jacobinos durante la revolución francesa, al ver las necesidades del pueblo francés se indignó, pues las carencias del pueblo eran muchas y las migajas pocas. Obviamente el sentimiento es totalmente comprensible, ya que el sufrimiento al que estaba expuesto el pueblo francés daba lugar a la indignación. Sin embargo cuando el sentimiento no da paso a la razón deja de ser loable para convertirse en algo siniestro y vengativo. La filosofa alemana, Hanna Ardent, entendió a la perfección esta premisa: si la causa de la revolución se queda en lo estrictamente social, simplemente se desplaza la violencia y su uso indiscriminado a otro bando, es decir, el mal al que supuestamente se quiere llegar a vencer con los actos revolucionarios se mimetiza con "la causa".
A la Revolución Francesa y a la posterior Revolución Rusa les faltó el componente político; no se tomó en cuenta una transición política adecuada, la cual hubiese generado cierta estabilidad. En cambio, se optó por la venganza y la tortura como medio eficaz de reivindicar a los miserables, a los olvidados, a los "ninguneados", a los de las "periferias". El resultado: los olvidados siguieron siendo olvidados, pues los llamados a indignarse no podían mantener el poder sin miserables que "salvar", sin "pobrecitos" que consolar y sin culpables para guillotinar.
El
fracaso de la Revolución Francesa no fue visualizado como fracaso, de hecho, la
celeridad de la venganza disfrazada de "justicia" fue su sello de exportación.
Las ideas revolucionarias de "libertad, igualdad y fraternidad"
fueron abrazadas por casi todo el mundo occidental. Es, de esta manera,
que hemos visto una y otra vez enarbolar
el mismo discurso en incontables ocasiones en la historia de la política latinoamericana;
desde el peronismo justicialista de la segunda mitad del siglo pasado - la
maltrecha Revolución Cubana -, hasta los
discursos bolivarianos del extinto Presidente Chávez.
El
mito de libertad creado alrededor de la Revolución Francesa llevó a todas las naciones
que siguieron este camino a cimentar
regímenes totalitarios disfrazados de populares, copiando a la perfección el
libreto de terror impuesto por Robespiere. De esta manera,
el genocidio por razones políticas se instaura en Latinoamérica - no olvidemos
las ejecuciones masivas de la "Revolución Cubana" - y el terrorismo
de Estado se institucionaliza, obviamente con la excusa perfecta de
salvaguardar a los "miserables", a los "excluidos", a los
"nadies".
Pese a todo lo descrito, el mito, casi mágico y hasta sacralizado de la Revolución Francesa, sigue siendo intocable en gran parte de Latinoamérica, idolatrando la masacre y la venganza como instrumento de inclusión y salvación. Los "jacobinos" modernos siguen enamorados de los "descartados", pero hay que ser claros, este amor resulta en extremo "tóxico", ya que sin "miserables" para salvar, no existirían "indignados" con afanes de gobernar.
Marce Miranda Loayza